Normalmente el crecimiento de nuevas células y la muerte de células viejas se mantiene en balance: en el cáncer este balance se altera.
En los tejidos normales, el crecimiento de nuevas células y la muerte de células viejas se mantiene en balance. En el cáncer este balance se altera, como resultado de un crecimiento celular descontrolado o de la pérdida de una habilidad de la célula de someterse a suicidio celular mediante un proceso conocido como apoptosis. La apoptosis es el mecanismo mediante el cual las células viejas o dañadas se autodestruyen.
Consideremos el caso de la piel. La epidermis (capa más externa de la piel), tiene un espesor aproximado de una docena de células. Las células en la fila inferior de esta capa, conocida como estrato germinativo, se dividen de manera exacta lo suficientemente rápido para reemplazar a las células que están continuamente desprendiéndose. Cada vez que una de estas células se divide, produce dos células. Una permanece en el estrato germinativo y retiene la capacidad para dividirse. La otra migra hacia filas superiores y pierde la capacidad para dividirse. El número de células con la capacidad para dividirse en el estrato germinativo, por lo tanto, permanece igual. Durante el desarrollo de un cáncer de piel, el balance normal entre la división y la pérdida celular se altera. Las células del estrato germinativo ahora se dividen más rápidamente de lo necesario para reemplazar a las células que se están desprendiendo de la superficie de la piel. Cada vez que una de estas células se divide, las dos células recientemente formadas frecuentemente retienen la capacidad para dividirse, lo que conduce a un aumento en el número total de células con capacidad para dividirse, creando una masa creciente de tejido conocido como un tumor o neoplasia. Si la división celular es rápida y no se activa la muerte celular, el tumor crecerá rápidamente de tamaño; si las células se dividen más lentamente, el crecimiento del tumor será más lento. A medida que más y más de estas células con capacidad para dividirse se acumulan, la organización normal del tejido gradualmente se altera. Este ejemplo grafica de manera didáctica lo que ocurre, en general, en la formación de un tumor.
A medida que se desarrolla un cáncer, la rápida multiplicación celular provoca cambios en el material genético, y las células tumorales adquieren nuevas capacidades que les permiten diseminarse, mediante dos mecanismos: invasión o infiltración y metástasis. La invasión se refiere a la migración y penetración directa de las células cancerosas en los tejidos vecinos. La metástasis se refiere a la habilidad de las células cancerosas para penetrar dentro de los vasos linfáticos y sanguíneos, circular a través del torrente sanguíneo y después invadir los tejidos normales en otras partes del cuerpo.
Genes implicados en el desarrollo de un cáncer
Los genes son secuencias del ADN de las células (material genético) que contienen la información para la producción de las moléculas que cumplen con las funciones necesarias para la vida.
Los agentes carcinógenos pueden producir daños en los genes codificados en el ADN, que favorezcan la transformación de una célula normal en tumoral. En general, se describen 3 tipos de genes involucrados en la carcinogénesis: oncogenes, genes supresores de tumor y genes encargados de la reparación del ADN.
Los oncogenes son genes cuya presencia o sobreactividad puede estimular el desarrollo del cáncer, ya que cuando están activados favorecen la división y el crecimiento excesivo de las células. Una célula cancerosa puede contener uno o más oncogenes, lo cual significa que uno o más componentes en este mecanismo de multiplicación y división serán anormales.
Un segundo grupo de genes implicados en el cáncer son los genes supresores de tumor. Los genes supresores de tumor están encargados de detener o regular la proliferación celular. Si están ausentes o dañados, las células presentan una multiplicación y división descontrolada; es decir, tienen una actividad opuesta a los oncogenes.
El otro grupo de genes incluye a aquellos cuya función es la reparación del ADN. Debido al gran número de células que componen nuestro cuerpo, y la necesidad de un continuo recambio o reparación, las multiplicación de las células normales puede presentar errores al duplicarse el material genético contenido en el ADN antes de la división en células hijas. Los genes encargados de la reparación detectan estos errores, y los reparan, o si no posible la reparación, determinan la muerte de la célula dañada. De esta forma se asegura que el material genético de las células hijas no contiene errores, preservando el funcionamiento normal de ellas. Si existe un daño a estos genes, no existirá una correcta reparación del material genético, traspasando estos errores a las células hijas, los que pueden finalmente producir la transformación de la célula normal en una célula cancerosa.
En algunos casos, estos genes alterados pueden ser heredados de padres a hijos, transmitiendo una mayor probabilidad de padecer un cáncer.
¿Cómo un cáncer produce infiltración de los tejidos vecinos?
Cuando la células cancerosas se acumulan en un tumor y este comienza a crecer, las células tumorales empujan a las células normales, invadiendo el tejido normal. Además de esta presión ejercida, tanto las células tumorales como la inflamación existente en el microambiente tumoral produce enzimas proteolíticas que degradan la matriz que rodea a la célula, y que da estabilidad y soporte a un tejido; así, las células tumorales facilitan la infiltración del tejido normal. Por último, las células tumorales adquieren la capacidad de moverse, lo que aumenta aun más la invasión directa a otros tejidos.
¿Cómo el cáncer se disemina a otros órganos?
Las células tumorales pueden llegar a otros órganos a través del sistema circulatorio o del sistema linfático. Para esto, las células se mueven a través del tejido y alcanzan los vasos sanguíneos o linfáticos, penetrando en el torrente. Las células viajan y llegan a los distintos tejidos por estas vías. Sin embargo, que una célula tumoral se encuentre en la sangre no asegura la formación de una metástasis, ya que para ello, la célula tumoral debe expresar en su superficie moléculas de adhesión que le permitan adherirse a un tejido específico; es más, aunque la célula cancerosa se adhiera a este nuevo tejido, debe conseguir energía, nutrientes y oxígeno que le permitan sobrevivir y multiplicarse en el nuevo tejido, formando un nuevo foco tumoral. La adquisición de todas estas nuevas propiedades se ven facilitadas en los tumores con muchas mutaciones y de rápida multiplicación, ya que al ser células más inmaduras, tienen más posibilidades de integrarse a nuevos tejidos.
Otro factor determinante en la formación de metástasis es la irrigación sanguínea de los diferentes órganos: aquellos tejidos que reciben más sangre, tienen mayor probabilidad de presentar metástasis de un cáncer. Esta razón explicaría que pulmón e hígado sean los órganos más frecuentemente comprometidos.